12/6/10

Cómo amortiguar en los niños el golpe del divorcio

Los expertos son concluyentes: parece difícil, cuando no imposible, aislar a un niño del drama de una ruptura. Ahora bien, una educación consensuada, buena voluntad y un poco de sentido común por parte de los padres puede ser muy beneficioso.

Un total de 118.681 matrimonios se rompieron en 2008. Y más de la mitad, el 54%, tenía hijos menores de edad. Es decir, se vivieron más de 64.000 dramas que, no por repetirse, son fáciles de digerir para los que acaban siendo el eslabón más débil de una cadena rota: los más pequeños. Aislar a un niño de una ruptura parece imposible, teniendo en cuenta que su vida, tal como la conocían, ya no volverá a ser igual. Y no hablemos ya de aquellas parejas que empujan a sus hijos justo al centro de un tira y afloja. Ahora bien, ¿es posible amortiguar el golpe?

«La separación de los padres siempre es un hecho traumático para el niño», comenta Ricardo Gómez, pediatra y secretario del Área de Salud de The Family Watch, que hace hincapié en ese «siempre». «La separación viene después de un periodo problemático entre los padres, que el niño ha vivido como conflictivo», añade. Por eso, aunque al principio el pequeño puede experimentar «un periodo de liberación», siempre es «sensible a la ruptura».

¿A qué amenazas se enfrentan? «En los primeros años pueden pasar por conductas regresivas –mal control de esfínteres, terrores nocturnos, etc.–, mientras que en la edad escolar cabe la posibilidad de que experimenten alteraciones en la adaptación y autoculpabilización por la situación», afirma Gómez. Ya en la adolescencia, no es raro mostrar «una actitud desafiante o de inseguridad».

Si bien «es difícil que el niño crezca sin ningún trauma o carencia», el pediatra sí recomienda tres «pactos» que pueden ser muy beneficiosos: «respetar la intimidad, el espacio y el tiempo de cada progenitor con los hijos»; fomentar «la adquisición de principios y valores sólidos, sobre todo la autonomía, la responsabilidad y el respeto»; y por último, «dar la oportunidad a los hijos de tener criterio propio y manifestar sus opiniones y decisiones independientemente del interés de los progenitores», sin obligarles «a tomar partido».

A la hora de afrontar una ruptura, la figura del mediador familiar puede resultar clave para evitar que el niño acabe como el «arma arrojadiza» que utiliza la pareja para hacerse daño. Algo que ocurre con frecuencia, como recuerda la psicóloga y mediadora María Luisa Baranda. «No tiene sentido pedir la custodia del niño si luego no vas a estar con él. Hay que pensar en el bienestar del menor, no en dañar al otro», recuerda. No en vano, uno de los peligros es que el niño «se decante por uno u otro».

La psicóloga recomienda a los padres una serie de pasos: que juntos le cuenten al niño la nueva situación; darle «la seguridad de que, pese a que ya no van a estar todos en la misma casa, van a quererle muchísimo», porque el pequeño «puede empezar a hacer conjeturas; que «equilibren los tiempos, no que uno quede relegado a ser un visitante de fin de semana», y ver la posibilidad de fijar una custodia compartida semanal; y que compartan «una visión común de la educación», y evitar que el niño adopte pautas contrarias. En definitiva, que por el bien del niño, hagan lo posible para que el escenario se mantenga lo más parecido a como era antes, pues «una separación mal hecha daña a los hijos». Y que por el bien de la propia pareja, practiquen ambos un ejercicio de empatía: ¿cómo me sentiría yo si sólo pudiera ver a mis hijos cada 15 días?

larazon.es

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