12/3/06

El impacto de la posmodernidad en la paternidad

Padres postmodernos

El impacto de la posmodernidad en la paternidad

Aunque el concepto de posmodernidad es muy amplio, para los fines del presente trabajo sólo nos referiremos a la acepción que establece un marco crítico para la ciencia positiva. La epistemología posmoderna se basa en las siguientes cuatro propuestas:

1) Rescata tipos de discurso que el conocimiento científico no incluye.

2) Propone introducir en el quehacer científico la reflexión ético-moral como elemento sustantivo que garantice el respeto a la diversidad y a la diferencia, un aspecto necesario hoy por la manera en que algunos grupos usan los productos de la ciencia y abusan de ellos en nombre de la verdad universal y del progreso.

3) Metodológicamente, en términos generales, propone el análisis de un discurso que, en principio, busque respuestas en las explicaciones que dan los actores que construyen su propia realidad local.

4) Porque no todo vale, sitúa el conocimiento en un marco crítico que permita generar nuevas posibilidades de vida.

La posmodernidad ha generado nuevas perspectivas sociales e intenta rescatar, reconocer y valorar otro tipo de razonamientos y formas de vida que no incluye el discurso dominante. La familia ha sido un objeto de estudio que se ha beneficiado de este nuevo contexto crítico. Así, se ha desmitificado la familia nuclear como la organización normal y universal para reconocer otras formas de vida que también son llamadas familias, lo que produjo "una especie de big bang en la sociología de la familia" (Cheal 1991: 8). Especialmente en los países ricos, existe una tendencia a hablar de "familias alternativas" (Weeks, Donovan y Heaphy 1999), diferenciadas por clase, raza, etnia, cultura, historia o preferencias, y se reconocen otros tipos de estructura familiar como las basadas en la monoparentalidad o las familias de elección.

El impacto del movimiento feminista en la nueva paternidad

Probablemente un pensamiento que represente las ideas que defiende la posmodernidad sea el feminismo. De nuevo fueron Young y Willmott, en 1974, quienes predijeron que el movimiento feminista influiría en las siguientes generaciones y que se verían afectados los papeles tradicionales de la pareja; especialmente el cuidado de los hijos sería un tema fundamental que produciría cambios sustantivos en la cultura patriarcal.

Los estudios de las feministas han puesto en evidencia muchos de los mitos construidos sobre la familia nuclear en su forma patriarcal que defendía la sociología estructural-funcionalista. Por ejemplo, el trabajo pionero de Jessie Bernard (1972) demostró que en la unión marital existen dos matrimonios a la vez: el de ella y el de él. Con ello se pone de manifiesto no sólo la importancia de las diferencias entre los géneros, sino también, y sobre todo, la relación de poder que ha impuesto el hombre a la mujer en una cultura del hombre y para el hombre.

Más que una denuncia política, la gran contribución de los estudios feministas es que redefinieron el campo de investigación de roles sociales entre los individuos, e hicieron posible, de este modo, la inclusión de una gran variedad de estilos que no necesariamente están relacionados con el tipo de sexo, sino con preferencias y prácticas socioculturales. Han ofrecido un nuevo marco conceptual en el que puede ser explorado lo femenino y lo masculino en su condición histórico-cultural.

La gran variedad de estudios feministas sobre el género influyó en el concepto de masculinidad y produjo nuevos estilos de ser padre. Las relaciones entre la pareja se hicieron más simétricas, y la negociación diaria sobre lo que significa ser padre-hombre y madre-mujer crearon una parentalidad más igualitaria y, en consecuencia, otras maneras de ser padre y madre.

Padres homosexuales

Una de las ventajas de ubicar la investigación sobre la paternidad en el contexto de los estudios de género es que permite ver y reconocer una gran variedad de formas de ser padre; una de éstas son los padres homosexuales.

A pesar de que hoy las familias basadas en la relación lesbiana o gay son una realidad, siguen siendo estigmatizadas y no son reconocidas institucionalmente, por lo que afrontan graves problemas de marginación. Por ejemplo, la falta de una legislación que regule, igual que para las parejas heterosexuales, los derechos de herencia, las pensiones, el seguro médico y social, los préstamos para vivienda, la inmigración, etcétera, así como el derecho a la adopción y custodia de los hijos cuando una pareja se separa.

La paternidad en la relación gay se tiene que reconocer desde una nueva perspectiva que permita comprenderla a través de los propios actores que la generan, que no tiene que ver con la relación heterosexual. Al respecto, Weeks, Donovan y Heaphy (1999) señalan que la falta de reconocimiento tanto social como legal de la parentalidad basada en la homosexualidad ha generado que este tipo de parejas se enfrente a cuestiones más complejas de obligación, compromiso y responsabilidad hacia los hijos y la propia pareja que las de tipo heterosexual. Por ejemplo, parejas de lesbianas discuten con amigos homosexuales acerca de la inseminación artificial, y conciben hijos de esta forma; esto ha creado una complejidad particular en la que están implicados padres biológicos, amantes, ex amantes e incluso toda la familia.

Estos autores dan ejemplos de esta clase de familia. Analizan la peculiar relación que mantienen los padres gays de una niña de doce años y dos madres lesbianas que viven cerca (Weeks, Donovan y Heaphy 1999: 96). En este caso, la hija se refiere a sus papás y a sus mamás, que son quienes componen su grupo familiar.

Actualmente, en Inglaterra se ha abierto un debate en el Parlamento sobre el derecho a la adopción de las parejas homosexuales. Uno de los puntos que se argumentan a favor es que los hijos necesitan antes que nada un contexto familiar donde se les respete, escuche, quiera, reconozca y valore, y los padres heterosexuales, en el marco de la familia nuclear tradicional, no siempre lo garantizan.

Para sorpresa de muchos, el 22 de junio de 2000, en el Parlamento de Navarra (España) se aceptó una ley que permite a parejas de gays y lesbianas adoptar niños o niñas, lo que se hizo fue reconocer otros tipos de parejas con derecho a la adopción que no necesariamente sean heterosexuales: "La ley foral de Navarra otorga el concepto de pareja estable, que, con independencia de su orientación sexual, es definida como la unión de dos personas mayores de edad que conviven durante un año" (Pastor 2000).

Los autores concluyen que la paternidad desde la relación homosexual se vive y se construye de forma distinta; este tipo de discurso de relaciones no heterosexuales acerca de responsabilidad, cuidado, socialización, educación, amor y necesidades paternales ha generado nuevas maneras de masculinidad y, con ello, de familia.


El impacto del divorcio en la nueva paternidad

En los últimos años, otro de los aspectos que ha contribuido a generar cambios dramáticos en la paternidad es el aumento del divorcio. En Gran Bretaña, entre 1980 y 1990 se llevó a cabo un debate en torno a la paternidad, especialmente el problema del rol del padre después del divorcio. El aumento de éste puso en crisis la paternidad tradicional, sobre todo la que parte de la cultura patriarcal, ya que muchos perdían a su padre. La ruptura no era sólo con la esposa, sino también con los hijos, quienes perdían todo contacto afectivo y social con el padre. Esta crisis social dio como resultado una ley, que denominaron The Children Act 1989, dirigida a redefinir los compromisos y obligaciones de la paternidad después del divorcio, y que afectó también al papel de la maternidad. En términos generales, se intentaba establecer una nueva concepción de la paternidad.

Aunque en líneas generales ha resultado beneficiosa, C. Smart (1999) señala que esta ley tiene graves deficiencias, ya que la nueva paternidad, a pesar del divorcio, se construye sobre la base de la relación con la ex esposa y no con los hijos, sobre todo cuando éstos son menores de edad; así, aparece un nuevo estilo de relación entre los ex cónyuges que afecta sobre todo a la paternidad. "Los nuevos padres son más comunicativos y flexibles" ante indicaciones de la madre referidas a la alimentación, el cuidado, la rutina, la higiene, la enfermedad de los hijos, etcétera (Smart 1999: 103).


Padres solteros

Las cifras de padres solteros están aumentando en los países de Occidente por múltiples circunstancias: el divorcio, la emigración por motivos de trabajo, la enfermedad o muerte de la esposa, el abandono al padre y los hijos, etcétera. Estas circunstancias pueden deberse a una decisión propia o forzada, y caracterizarse por una transición lenta, inesperada o repentina. En Estados Unidos, por ejemplo, existen 1.4 millones de padres solteros que se clasifican conforme a la siguiente variedad: padres que tienen esposa, pero que están trabajando en otro lugar; padres divorciados que comparten la custodia de los hijos o los tienen de tiempo completo; padres que afrontan una enfermedad severa de su esposa o pareja; y el viudo que se convierte en padre soltero (Davis y Borns 1998).

Esto ha generado cambios radicales en algunos padres, sobre todo aquellos que han asumido la responsabilidad total de los hijos. En ellos surge una nueva sensibilidad que denominamos instinto paterno.


Narración de una experiencia personal: construyendo el instinto paterno

Mi condición actual es de padre soltero como resultado de la muerte de mi esposa. Soy padre de un niño de siete años, Alex, y de una niña de cinco, Nicole. La siguiente narración relata mi experiencia como padre soltero. Aunque no tiene ninguna fundamentación científica, creo que complementa el presente trabajo, ya que en algunos temas es imposible desligar el discurso científico de la biografía personal, y en muchos casos tal experiencia no contamina el conocimiento científico, sino que lo enriquece y le da vida.

Es de todos conocida la expresión instinto materno, que evoca una peculiaridad natural femenina sobre la maternidad y a la vez niega la posibilidad de que un hombre pueda tenerlo.

En mayo de 1996, el nacimiento de mi hijo Alex me convirtió en padre. En aquel entonces, mi esposa y yo acordamos que seguiría trabajando de tiempo completo fuera del hogar y ella se encargaría del cuidado de Alex en la casa. Esto no significa que no interactuara con él, que no estableciéramos una relación emocional estrecha y que no me hiciera responsable de él en ciertas ocasiones, sobre todo cuando estaba en casa.

Aunque reconocía entre Alex y mi esposa una relación particular (lo amamantó más de ocho meses), durante ese tiempo veía y sentía que compartían un mundo aparte mediante un lenguaje corporal que sólo ellos podían entender; por ejemplo, cuando Alex tenía hambre, sed, calor, frío, un cólico, etcétera. Mi explicación y consuelo de dicho entendimiento entre ellos como padre era que se debía al instinto materno.

Otro de los acuerdos era que durante la noche ella se levantaría cuando Alex llorara. Es extraño; pocas veces me daba cuenta de que Alex se despertaba durante la noche (no lo escuchaba), aunque mi esposa me comentaba que a veces lo hacía hasta seis veces. De nuevo mi justificación era el instinto materno.

En febrero de 1998 nació Nicole y seguimos con los acuerdos, aunque mi responsabilidad y tiempo aumentaron, principalmente con mi hijo Alex. Este fue un momento importante en que viví de otra manera mi paternidad. Estaba ante un niño de dos años que se expresaba con una lógica particular que aprendí en mi interacción cotidiana con él.

En junio del mismo año se le diagnosticó a mi esposa cáncer de pecho. Ése fue otro momento en que mi práctica cotidiana como padre cambió radicalmente, pues dediqué más tiempo a mi esposa y a mis hijos. Durante año y medio luchamos juntos en contra de esa enfermedad maligna, aunque el pronóstico cada día era peor y, según los doctores, la muerte, tarde o temprano, era inevitable. Tal circunstancia me llevó a hacerme cargo de mis hijos de tiempo completo y mis responsabilidades como padre se transformaron.

Cada día aprendía algo distinto: desde el cambio de pañales hasta entonar una canción de cuna. Hoy, mis hijos y yo formamos una relación estrecha donde compartimos un lenguaje común. Por ejemplo, durante la noche, aunque esté dormido, escucho cada movimiento de mis hijos, interpreto cuándo están cansados, enfermos, tienen hambre o sed, quieren jugar, dormir o descansar. Aunque, curiosamente, ellos también me escuchan, están al tanto de mí, lo que explica la naturaleza interactiva de la paternidad.

He experimentado también cambios en la manera de expresar mis sentimientos hacia ellos; me sorprende ver que una caricia y una palabra que exprese amor son distintas para Alex y para Nicole, y estoy seguro de que no es sólo por la diferencia de edad, sino también de sexo.

Todo ello me hace pensar que ha surgido en mí, probablemente, un instinto paterno.

Esta nueva manera de enfrentarme con mi masculinidad, mediante la práctica paterna, está relacionada con mi historia personal, es decir, con la madre que siempre estuvo a mi lado cuando era un bebé y un niño y que hoy es parte de mi identidad como hombre, así como con mis actuales circunstancias: la enfermedad de mi esposa y su posterior muerte me hicieron interactuar día a día con mis hijos de forma distinta, y descubrir no sólo una forma de vida difícil y agobiante, sino también fascinante, desafiante, interesante y altamente satisfactoria.


Más allá de la modernidad y la posmodernidad: la pobreza y la nueva paternidad en Latinoamérica

La modernidad y la posmodernidad como formas de vida no encuentran un sentido lógico en Latinoamérica. No es posible aplicar la clara evolución de las prácticas paternas tradicionales, modernas y posmodernas de los países anglosajones a una realidad como la latinoamericana. La propia historia de esta región nos hace ver que existe una serie de precondiciones económicas y culturales que hacen de la paternidad un híbrido imposible de categorizar de un solo modo. Especialmente, la pobreza ha generado estilos de vida que sitúan a muchas familias en desventaja, y crean una dinámica familiar peculiar. Por ejemplo, el antropólogo Oscar Lewis identificó en los años cincuenta toda una cultura de la pobreza en familias que emigraron del campo a la ciudad como resultado de la miseria. Su investigación, con un estilo metodológico sociobiográfico, pudo reconocer una serie de paternidades sui generis. Por ejemplo, en la familia Sánchez (1997), Jesús, a pesar de que ha tenido hijos con cuatro mujeres distintas, cada una de las cuales con hijos de matrimonios anteriores, siempre ha tenido un sentido de responsabilidad para sus diversas mujeres e hijos, a ninguno abandonó, y expresó siempre un cariño especial hacia ellos. Esta estructura atípica de familia tradicional, que no tiene nada que ver con la familia nuclear moderna o con las posmodernas, no hace que Jesús renuncie a su paternidad y exprese su apoyo y amor a sus hijos e hijastros peor que muchos padres que viven en el contexto de una familiar nuclear de clase media alta.

Este breve análisis de un tipo de familia mexicana, que desde los años cincuenta hasta la fecha va en aumento, sirve sólo para reflexionar sobre la complejidad social y cultural que envuelve la paternidad, un tema de estudio imposible de analizar como variable independiente y hacer de los resultados de investigación un conocimiento universal y ahistórico.

Implicaciones de la nueva paternidad para la terapia familiar

Tal como hemos visto, no existe una manera de ser padre, sino muchas, y éstas dependen de circunstancias y contextos de las familias. Este nuevo ámbito requiere terapeutas que vayan más allá del saber tradicional e incorporen en sus conocimientos y prácticas otras maneras de ver y tratar la familia; esto significa:

1. No asumir o dar por sentado un discurso particular de masculinidad, en este caso de paternidad, siempre articulado en torno a la familia nuclear, que peligrosamente organiza de manera implícita nuestras prácticas terapéuticas.

2. Generar nuevas simbologías de género que dibujen genogramas que vayan más allá de la distinción sexual, y nos conduzcan a ver nuevos mapas y relaciones.

3. Aceptar y reconocer la diversidad de formas de familias y con ello de paternidad, para permitir así enriquecer la práctica clínica. Aunque también es importante señalar que hay que enfrentar el conocimiento de la nueva diversidad paternal a una reflexión ético-crítica con el objetivo de no hacer del tema un riesgo para los miembros de la familia, porque no siempre todo vale.

4. Hacer del contexto terapéutico un campo de investigación empírico excepcional donde se saben explorar y comprender las formas de padre que están surgiendo día a día, y en especial nuevas maneras de masculinidad en el contexto de la familia.

5. Encontrar en la paternidad un recurso atractivo para crear cambios terapéuticos hacia todo el sistema familiar:

a) Para reconocer en las familias su propia manera de entender y tratar la paternidad con el fin de comprender la dinámica familiar en torno a este tema.

b) Para hacer de la nueva paternidad un discurso alternativo que puede conjugarse con nuevas formas de maternidad, y origine en los hijos estilos de género que posiblemente reproducirán en las siguientes generaciones. Por ejemplo, si queremos hacer de la paternidad un recurso, es necesario analizar cuándo un padre tradicional ha mostrado sentimientos y comportamientos hacia los hijos que han dejado sorprendida a toda la familia, pues estos momentos alternativos pueden ser útiles en la terapia.

c) Para explorar con la familia nuevas maneras de paternidad con el propósito de no sólo resolver problemas, sino de generar otros estilos de vida a medio y largo plazo.

http://www.intramed.net/




Saludos Cordiales


Dr. José Manuel Ferrer Guerra

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